¿La Centro Derecha Salvará a Venezuela?
La experiencia histórica de los pueblos enseña que las naciones no son artificios ideológicos ni creaciones circunstanciales, sino comunidades históricas cimentadas en valores, religión y costumbres transmitidas de generación en generación.
Venezuela, como nación, no ha sido nunca una excepción histórica:
Nuestro pais nació de la fe católica que iluminó la gesta emancipadora, del apego a la tierra, de la defensa de la propiedad familiar, del amor a la libertad y del sentido de responsabilidad comunitaria.
Sin embargo, en las últimas dos décadas, la llamada “revolución bolivariana” (proyecto maligno de corte ultraizquierdista y neomarxista) ha pretendido desarraigar al pueblo venezolano de sus fundamentos históricos, intentando sustituir la memoria viva de la nación por un relato ideológico artificial.
El chavismo, al apropiarse de los símbolos patrios, ha querido reescribir la narrativa genésica de nuestra identidad, transformando héroes en caricaturas revolucionarias, tergiversando la gesta de los libertadores en un manual marxista de lucha de clases y sustituyendo la tradición viva de la venezolanidad por consignas diabólicas importadas de La Habana.
El resultado ha sido devastador: una generación entera desconectada de su herencia, privada de la continuidad espiritual que brinda la religión católica, y sometida a una pedagogía de odio que enseña a despreciar tanto la propiedad como la familia, pilares sin los cuales ninguna nación puede perdurar.
Uno de los capítulos más graves de esta demolición cultural ha sido el acoso sistemático contra la Iglesia católica. Desde los púlpitos venezolanos se han alzado voces valientes contra la corrupción, el narcotráfico y la injusticia. Pero en respuesta, prelados, obispos y sacerdotes han sido perseguidos, amenazados, vigilados por la policía política e incluso forzados al exilio. Las homilías críticas son hostigadas, los seminarios carecen de apoyo y el clero es objeto de campañas de difamación.
El neo-marxismo venezolano sabe que destruir la Iglesia católica es destruir el corazón espiritual de nuestra nacionalidad. Si se consigue silenciar la voz de la fe, se apaga también la conciencia moral del pueblo. Así, se busca transformar a Venezuela en un territorio sin raíces, moldeable por la ingeniería social y sometido al poder absoluto de un Estado narco-izquierdista.
No estamos ante una mera crisis económica accidental. Lo que vive Venezuela es un proceso deliberado de destrucción nacional, ejecutado por el binomio neomarxismo–narcoterrorismo.
Desde Cuba se ha planificado una estrategia de guerra híbrida que combina la manipulación ideológica, el saqueo de los recursos, el control del hambre y el uso del terror armado.
La ruina de PDVSA, el colapso del sistema eléctrico, el asfixiamiento del agro, la destrucción de la empresa privada y la manipulación monetaria no son causales fallas de gestión administrativa, sino actos premeditados para quebrar la soberanía productiva de Venezuela.
Esta ruina inducida castrocomunista ha provocado la expulsión forzosa de más de una tercera parte de la población, víctimas de una hambruna programada que equivale a un genocidio encubierto.
El 90% de los venezolanos vive en la miseria porque así lo decidió una élite narco-terrorista que se sostiene en el contrabando, el lavado de dinero y la explotación ilegal de los recursos petroleros. Se ha utilizado el hambre como arma de control político, repartiendo alimentos como si fueran limosnas de lealtad al régimen, destruyendo la dignidad del ciudadano y reduciendo al pueblo a mera clientela de un poder criminal.
El chavismo no es un movimiento político nacional: es una operación bélica transnacional concebida en Cuba para someter a Venezuela. Su esencia es la guerra híbrida, un tipo de conflicto que no se libra en los campos de batalla tradicionales, sino en el control de la economía, la religión, la familia y la cultura. Se trata de un asalto total contra la nación, cuyo objetivo es borrar la conciencia de pertenencia, fracturar el tejido social y sustituirlo por una masa dependiente, sin memoria ni autonomía.
Este modelo de dominación ha buscado eliminar toda oposición moral, destruir la propiedad privada, condición indispensable de la libertad, y convertir a Venezuela en un enclave narco-terrorista al servicio de intereses extranjeros.
Ante esta situación, se impone con urgencia un proyecto de refundación nacional. No se trata de restaurar simplemente instituciones formales, sino de recuperar los fundamentos espirituales y materiales que dan vida a la nación venezolana.
La fe católica debe volver a ser reconocida como el alma de la nación, no en un sentido de imposición teocrática, sino como el fundamento histórico y cultural que unifica a los venezolanos.
La propiedad privada debe ser restaurada como derecho humano inviolable y condición esencial del bienestar económico.
La familia tradicional venezolana debe ser protegida de la división territorial y la corrosión ideológica, reconociéndola como el núcleo de la transmisión cultural y de la solidaridad social.
El crecimiento económico no puede ser fruto de un macroestado depredador, sino del emprendimiento libre particular, la producción agrícola, la industria nacional y el libre comercio con el mundo, enraizados en el esfuerzo denodado y el trabajo honesto de los ciudadanos.
La nación venezolana no puede renacer bajo consignas ideológicas ajenas. Solo puede refundarse sobre la venezolanidad auténtica: esa síntesis de fe católica, tradición libertaria y un amor inagotable a la tierra llanera, central, oriental y andina.
Nos salvará de éste maremágnum la infinita vocación de libertad que inspiró el noble corazón indómito de nuestros libertadores.
Venezuela enfrenta la disyuntiva entre desaparecer como nación o renacer de sus cenizas. La defensa de valores venezolanos como la fe, la familia, la propiedad, la libertad; no es un capricho doctrinario, sino una condición de supervivencia primigenia para la nación.
Hoy debemos alzar la voz en defensa de la venezolanidad frente a la ofensiva neomarxista y narcoterrorista.
Solo un opción venezolanista de centro derecha, fiel a nuestros valores tradicionales, podrá conducir la reconstrucción nacional.
La refundación de la República exige valor, fe y decisión. Y exige, sobre todo, recordar que Venezuela no es una ideología importada, sino una nación viva, con raíces profundas, que no puede ser jamás borrada del registro universal.
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